Amiga: ¡Has sido efímera!
Cuando aún compartíamos el tiempo y espacio, no era consciente y me dejé llevar: te confié y me confiaste cosas y ello nos hizo creer en nosotros, al menos, yo sí creí en ti. Pero fueron distintas razones de diversa naturaleza las que nos alejaron, nos hicieron perecer.
Traté de reencontrarnos y no funcionó, no pude hacer más ante una actitud de indiferencia, y un trato que me hizo sentir como si yo fuera cualquiera. Me sentí débil, incapaz e impotente ante tu decisión tácita de tirar por la borda aquéllas risas, aquéllos abrazos, esas pláticas sin mucho sentido que solíamos mantener, pero sobre todo, esos consejos en tiempos de adolescentes y nuestra compañía.
Busqué tu ayuda y no hubo espaldarazo, sin embargo, me diste la espalda.
Hoy, abro mi bandeja de entrada, y allí estás. Me dices con tu orgullo característico que no supiste qué hacer cuando reclamé nuestros lazos. Tus palabras escritas me hicieron recordar lo bien que nos llevábamos en nuestra pasada relación; pero el sentimiento de dolor en mí, causa de tu rechazo de hace algunos años, prevaleció aún más cuando te leí, pues en ese correo tuyo, jamás percibí una disculpa sincera, es más, ni siquiera hubo una.
Me escribes también tu número telefónico… ¡¿qué esperas con ello?! ¿Qué te vuelva a buscar y muestres apatía e indolencia?
No lo sé, quizá me siento ya un poco cansado para hacer lo mismo; y esta vez mi incredulidad, producto de tu acción pasada, permanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario